Hölderlin o el águila hacia el sol

El siguiente artículo fue publicado en la Revista Anales, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica de La Plata, La Plata, Año 2004.

Revista “Anales” Universidad Católica de La Plata. La Plata. Año 2004.
Mg. Horacio Esteban Correa

Hölderlin y el águila hacia el sol [1]

El oficio de ser poeta puede parecer algo liviano y frívolo, y sin embargo, muchas veces el poeta se sumerge inevitablemente en el sacrificio, en “ofrenda a los dioses”.
En el ensayo “La esencia de la poesía”, Heidegger explica el doble aspecto de la misma.  Por un lado la poesía se presenta como un juego, como una libertina ocupación que se vale de la palabra para crear ingenios en el mundo ilimitado de las imágenes; por el otro lado afirma que la poesía es fundamento y soporte de la historia, como historia y fundamento del Ser, y no una simple manifestación cultural y estética.
El Ser, la estructura esencial del hombre se encuentra ocultada por el mundo del ente: configurado por el bombardeo constante de la cotidianeidad (die Altäglichkeit), el mundo público e interpretado, lo superficial y lo táctico de la existencia.  La palabra, por su propia naturaleza tiende a difundirse, a expandirse, y cuando está orientada a lo vulgar, genera el mundo de la opinión por donde se deslizan las emociones y el interés individual.  He aquí su peligro, la palabra puede ser el armazón del mundo del ente, y de que la existencia caiga dentro de lo “interesante” en vez de afincarse  en lo “importante”.
En la estrella polar al mundo del ente se encuentra lo permanente, lo eterno, lo fundacional y lo alto-estratégico de la existencia humana: el mundo del Ser.  Este mundo se nos presenta como huidizo en nuestra era, ya que en pocos momentos históricos el Ser puede domeñar al ente.
El Ser del hombre se funda en la palabra. La palabra poética violenta las cosas para que sean lo que deban ser. El poeta da nombre a los dioses y a todas las cosas para descubrirlas en su esencia, para despejar al Ser del mundo del ente, el cual protesta y chilla al ser desbaratado su poder. Nombrar a las cosas para “que sean” es el sagrado oficio del poeta; esto evita la confusión y la mezcla del Ser con el ente, y ordena a ambas categorías en su correspondiente espacio de  acción. Es decir, lo cotidiano, lo táctico, está ordenado al mundo del Ser, y a través de la instrumentabilización (die Zuhandenheit) de lo cotidiano, el Ser establece su punto de terrestridad, su capacidad para crear un universo de Valores Estratégicos en el mundo. Así la libertad es directamente responsable a la capacidad de volcar una Weltanschauung en la historia.
Vivir en poesía, morar en la poesía, ser el canal directo con los arquetipos, es pues, estar cara a cara con los dioses y hacer de pararrayos a la esencial inminencia de las cosas.  Y esto tiene mayor gravedad en cuanto Hölderlin no toma la mitología griega solo como un medio de expresión estética, sino como una experiencia vital.  Los dioses son vivenciados por el poeta, sus sensibles ojos mantienen fija su mirada hacia esos soles radiantes que lo fulminan.
“Planear es nada, obrar es todo” le dice entusiasmado Alabanda a Hyperion, significando aquí que la acción, la experiencia y la vivencia son más trascendentes que la intelectualización y racionalización de las cosas.  Justamente es la “vivencia” (die Erlebniβ) lo que permite la encarnación de los arquetipos en la tierra.  Esa experiencia vital recae como responsabilidad por el elegido quien empieza a percibir la gravedad y lo difícil de su tarea:

                            “En otros tiempos suspiré por una nueva verdad, por una visión mejor
                              de la que sobre nosotros y en torno nuestro está.  Ahora braceo para
                              que no me pase al final lo que al viejo Tántalo, que recibió de los
                              dioses más de lo que podía digerir”[2].

El poeta es aquí mediador entre el “Volkgeist” y la comunidad. Sólo él puede nombrar al Ser del pueblo, puede despejar su ente y vislumbrar su esencia donde residen su pasado histórico (Geschichte), su presente y su Destino (Geschick). Sólo él puede hacer de receptáculo de fuerzas tan vastas que potenciaran al pueblo para que sea lo debe ser.  El poeta es aquí un héroe. Esos héroes de cepa nórdica a los cuales Hölderlin clama por que retornen de Hiperbórea para que se hagan presenten en su tierra teutona. El Espíritu de los Pueblos duerme en nuestra era y rara vez despierta, pero ¡el que duerme tiene que despertar!
No en vano el poeta dirá antes de entrar en la locura: “puedo decir que soy un herido de Apolo”. Entonces su alma vive expulsada de lo cotidiano, más no sus emociones, y ésta es la condición para que se convierta en profeta, en un mesías que agregue un valor espiritual distinto, que quizás se halla sumergido en el fondo del inconsciente colectivo del pueblo, aflorando solo en sueños.  Este valor estratégico, este arquetipo, es rescatado a guisa de Santo Graal, y donado al pueblo. Entonces, el pueblo es violentado a ser lo que debe ser por vocación y arrojado  a acciones que ha venido eludiendo a través de su historia.  Los dioses encarnan y el pueblo es conducido al “estado de resuelto” para engarzarse inmediatamente en “estado de yecto” y recobrar la “traditio”, es decir, las posibilidades de Ser no resueltas por los antepasados.
Una vez que el valor es rescatado por el poeta y el pueblo lo hace consciente, recobrando el plus de expansión psicológica que conlleva el río de la Tradición; comienza el momento más crucial de la lógica del comportamiento humano[3]: es el momento de la acción, de vivir ese nuevo valor estratégico para que cale, para que encarne.  Esto es un gran esfuerzo y no faltan los accidentes.  El reordenamiento de todo un orden espiritual, cultural, social y civilizacional  tiene un gran costo y, como nos muestra la historia, la dinámica creada por esta nueva fuerza que a veces puede instalarse en una nación, no puede detenerse allí.  La expansión del Arquetipo encarnado sobreviene y una gran guerra se abate sobre el mundo. Así que, dentro de este proceso, el poeta que rescató el valor indoeuropeo es sacrificado. Hölderlin es otro “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, y su sacrificio marca su eficacia como profeta, santo y guía.  En términos junguianos, la psicología de la transferencia ha hecho su trabajo.
Para Hölderlin, la palabra poética es su áurea herramienta.  Palabra que abre senderos, caminos de bosque (Holzwege) que ayudan a despejar el Ser de los entes.  Palabra que viene al Ser del hombre en forma de diálogo, en cuanto los hombres aprendan a escuchar y se puedan oir los unos a los otros.  Somos un diálogo, en cuanto que escuchar esencialmente al otro, precede a la palabra, cobrando importancia el Silencio, que representa el tiempo de escucha y de espera.  Este es el origen de la comunidad histórica de un pueblo.  Sólo así por la palabra tamizada del mundo de la opinión, puede haber fundamento de la Historia (Geschichte), y sólo así puede haber Destino (Geschick).  Esto impregna un movimiento histórico robustecido por la “Traditio” que implica una integración de la experiencia del tiempo en una dialéctica hegeliana de pasado, presente y futuro.  Al recuperar la tradición perdida de los ancestros[4] por medio de la poesía, se puede proyectar la visión estratégica montada en los valores del Arquetipo hacia el futuro, convirtiéndolo en Destino. En contraste, el mundo del ente, solo percibe la unidimensionalidad temporal, entra en la polaridad, y esto da origen a la idea de progreso, con sus manifestaciones filosóficas y políticas.
El Destino sólo es posible para aquellos que se hacen la pregunta por el Ser y por los hombres que incorporan la Muerte como la posibilidad última a la que se llega. La espiritualidad de una comunidad de un pueblo puede medirse en como ésta asume el fenómeno de la muerte, y en el manejo de la dualidad vida-muerte: dos caras de una misma moneda. La conciencia que concibe la muerte como parte de la vida y de la Naturaleza, y no en contra de ella, es la que puede tener una Historia y un Destino.
La posibilidad última de la muerte está incorporada en el alma del poeta: vida y muerte es unidad desdoblada en la polaridad.  Por ello la poesía de Hölderlin es una poesía de la unidad, en la que el hombre ES en armonía con la Naturaleza, y por lo tanto, en armonía con la muerte.  Así lo expresa en su Hyperion.

                            “Formar un solo ser con todo lo que se vive, no es vivir como los dioses
                              y poseer el cielo en la tierra? Ser una sola cosa con todo lo que se vive,
                              volver, por olvido de sí mismo, al Todo de la Naturaleza, es alcanzar el
                              más alto grado de pensamiento y gozo, es estar en la cumbre sagrada de
                              de la montaña, en el reposo eterno (…)”[5]

Hölderlin nos devuelve la frescura y la alegría de lo que significa comprender y vivir según la sabiduría de las leyes naturales del universo.

                            “¡Feliz el hombre que encuentra su alegría y su fuerza en la prosperidad
                              de su Patria!”[6]

La antigua unidad es la antigua patria, la patria espiritual de la unidad primigenia, perdida en el posterior río de la polaridad. Ariana Vaejo, Hesperia, Hiperbórea, la Matria (die Heimat), es por lo que siente nostalgia nuestro joven poeta.  Este “Retorno a lo natal”, como precisa Beda Allemann, es volcado en la metáfora del río en su poesía “Der Main” (1799) donde se plasma el sentir hesperio e hiperbóreo. Más allá del “Boreas”, en la tierra de los osos, de los voraces y bárbaros, se encuentra la unidad.  Como nos había bien indicado Nietzsche:


                            “Ni por mar ni por tierra encontrarás el camino que conduce a los
                              hiperbóreos.  Píndaro ya sabía eso de nosotros. Más allá del Septentrión,
                              de los hielos, de la muerte se encuentra nuestra vida, nuestra felicidad (…)
                              Nosotros hemos descubierto la felicidad, hallamos la salida a muchos
                              milenios de laberinto (…)”[7]

Hölderlin, al igual que Nietzsche, considera “Patrio” a una concepción de la vida que trasciende el suelo de las naciones, pero que a la vez, se fundamenta en el arraigo que ellas puedan sedimentar. Esta es la patria donde arraiga el Ser, y que, “por llegar a lo profundo de las raíces puede dar flores al éter”, como dirá Heidegger parafraseando al poeta chino Gu De.
Hölderlin se mantiene solo en la noche, solo y en un “kairos” que le es adverso para su personalidad, pero muy favorable para su condición trágica del mundo.  Los dioses se han ido sin dejar rastro y la indigencia del pueblo sobreviene.  El mundo de Ge-Stellt (lo puesto) como contraparte a la Tradición de lo Natal (die Heimat), a lo dado por la tierra y la naturaleza, deberá ser superado en un sentido dialéctico hegeliano, para que pueda la tecnología tener un sentido de completad a las leyes naturales y no de oposición a las mismas. Por ello Heidegger afirma que

                            “Solo un dios puede todavía salvarnos. Nos resta como única posibilidad
                              preparar mediante el pensamiento y la poesía una disponibilidad para la
                              aparición del dios o para la ausencia del dios en nuestra decadencia; es
                              decir que declinemos frente al dios ausente. (…) Hölderlin es, en mi
                              concepto, el poeta que señala la dirección del porvenir, el poeta que espera
                              al dios (…)”[8].

Hölderlin es el pontífice entre lo divino y lo cotidiano, es así que puede ser la voz consciente del inconsciente colectivo del pueblo. Aquél que canta el desgarro de su alma aprisionada por siglos de imposiciones desligadas de su genuino arquetipo, pero que aflora con la necesidad de manifestarse en tramos de la historia alemana y europea.
En la elegía “Pan y vino” vemos brotar la fuerza arquetípica como torrente de las profundidades del alma colectiva:

                            “Sin duda los dioses viven, pero encima de nuestras cabezas, en otro mundo,
                              allá obran sin cesar, sin ocuparse de nuestra suerte,
                              tanto nos cuidan los inmortales. Pues a menudo
                              un frágil navío no puede contenerlos, y el hombre
                              no soporta más que por instantes la plenitud divina.
                              Después, la vida no es sino soñar con ellos. Pero el yerro
                              es útil, como el sueño y la angustia y la noche fortalecen,
                              mientras llegue la hora en que aparezcan muchos héroes,
                              crecidos en cunas de bronce, valerosos como los dioses.
                              Vendrán como truenos (…)”[9].

En categorías junguianas, Hölderlin es el Rey Pescador, que arroja su anzuelo al lago del inconsciente colectivo donde residen los arquetipos.  De allí nos regala la “esencia de la poesía”, su arquetipo, y es por ello que Heidegger lo considera “el poeta de los poetas” comunicando la seriedad de la poesía y la posibilidad de afincarnos en sus dominios.  Hölderlin es un nuevo Parsifal que se sumerge en el lago desembarazándose de su pesada armadura; desnudándose y conociéndose a sí mismo para poder enfrentarse con su “Sombra” y alcanzar el Graal.
Pero, “a menudo un frágil navío no puede contener lo divino”. El Graal solo es alcanzado por aquellos caballeros que han disciplinado totalmente su cuerpo y alma.  Bucear como pez en el lago del inconsciente es una ardua y peligrosa tarea.  Extraer los arquetipos del lago, lo es aún más, ya que aquí el poeta traspasa la delgada línea que separa a los líderes de los profetas.  La frágil vasija no resiste la encarnación de la Idea en la tierra.  La disolución de su voluntad consciente racional se consuma, y la posesión y abominación, es la desgraciada experiencia que le aguarda al poeta.  En 1804 la locura cae sobre Hölderlin permaneciendo recluido en la torre de Tübingen hasta su muerte en 1843.
Volar tan alto, brindarlo todo, llegar al Espíritu del Sol, para traernos la fuerza de su calor y la gloria de su llama eterna ha sido pues, la tarea de Hölderlin-Hyperion, y de sus compañeros, como Adamas, quien parte hacia lejanas tierras.

                            “Diríase casi le guardo rencor a mi buen Adamas por haberme dejado,
                              pero no, no se lo guardo. ¿ No me dijo, además que volvería?   Se dice
                              que en el fondo de Asia yace oculto un pueblo de rara perfección.  A
                              él sin duda  se dejó llevar por la esperanza”[10].

El compañero de Hölderlin-Hyperion parte hacia el corazón de Asia a buscar el orígen, la patria del Ser, como lo  harán tantos otros hijos de la misma madre en el siglo XX. En su himno “Migración” Hölderlin muestra la necesidad de encontrarla para que el círculo del devenir se cierre.

                            “(…) Y es duro dejar la patria
                            cuando se habita cerca del origen
                            y todas sus hijas, las ciudades
                            al borde del lago que espejea lejos,
                            bajo los sauces del Neckar
                            o en las riberas del Rin,
                            todos piensan que para vivir
                            no hay mejor lugar.
                            ¡Pero yo quiero ir al Cáucaso!
                             Pues hace un momento oí
                             una voz aúrea que decía:
                             los poetas son libres como golondrinas.
                             Y además, cuando jóven
                             alguien me dijo que en tiempos remotos
                              nuestros antepasados, la raza germana,
                              llevados por las mansas olas del Danubio,
                              un día de verano, como éste,
                              llegaron a las orillas del Mar Negro
                              que bien merece el nombre de El Hospitalario
                              Y allí reunidos, en busca de sombra
                              Estaban los Hijos del Sol.

                            (…) Después se hablaron
                              y formularon votos para que entre los hijos
                              dure aún la amistad antigua
                              de los padres, en las fiestas nupciales.
                              Pues de esas uniones consagradas
                              Nació la más bella raza de los hombres
                              Que hubo o habrá, una raza nueva.
                               ¿Dónde, donde habitaís ahora,
                               queridos parientes,
                               para que podamos renovar la alianza
                              y honrar la memoria de nuestros antepasados?”[11].


Esa pregunta por los antepasados perdidos es también la pregunta por el Ser, y es la que se hicieron loa jóvenes “Wandervögel” y el movimiento de la Lebensphilosofie a comienzos del siglo XX. Esa pregunta es la que impulsó innumerables expediciones al Tíbet, con el objetivo de encontrar las ciudades perdidas de Agarthi y Shambalá.
Hallar esa tradición perdida en la noche de los tiempos es lo que desea Hölderlin.  Una tradición que contiene a los alemanes, pero que es mucho más inconmesurable y no se cierne a los límites de la Nación; antes bien, la Nación es comprendida, saturada y potenciada hacia una tradición tanto más universal como oculta y perdida.
Enorme tarea ha sido pues, la del poeta suabo.  Sus signos y símbolos están  hoy aquí en el mundo, dispuestos a que algunos hombres los descubran, y otros, los de mayor fuerza y temple, los sigan.

HORACIO ESTEBAN CORREA. PROFESOR HISTORIA CONTEMPORÁNEA Y PROBLEMÁTICA DEL MUNDO ACTUAL, UNIVERSIDAD ABIERTA INTERAMERICANA. PROFESOR HISTORIA DE LA CULTURA I Y II, UNIVERSIDAD DE CIENCIAS SOCIALES Y EMPRESARIALES.
                            








BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

ALLEMANN, Beda. “Hölderlin y Heidegger”. Cía General Fabril. Buenos Aires.1995
HEIDEGGER, Martin. “Hölderlin y la esencia de la poesía”. Antropos. Barcelona. 1989.
HEIDEGGER, Martin. “Reportaje póstumo”. Rescate. Buenos Aires. 1984.
HÖLDERLIN, Friedrich. “Poesía completa”. Ediciones 29. Barcelona. 1995.
HÖLDERLIN, Freidrich. “Hyperion”. Marymar. Buenos Aires. 1976.
                             

                             



[1] El símbolo de visión estratégica por excelencia es el águila. El águila vuela más alto que cualquier otro animal y ve cosas que las otras criaturas no ven. Según una antigua tradición las águilas guían a los ejércitos a la victoria (Ver DERQUELOR, Christine. “Las aves mensajeras de los dioses”. Plaza y Janés. Barcelona. 1980). Animal predilecto de Zeus, “Deos Bellorum” de las legiones romanas y guardiana de las oraciones de los antiguos cristianos mientras se elevaban al cielo del “Pater Noster”. En heráldica simboliza la nobleza  que busca el “Sol Invictus” en el “Dominus Dei”.
[2] HÖLDERLIN, Friedrich. “Hyperion”. Marymar. Buenos Aires. 1976. Pág.
[3] Ver BELOLAHVEK, Peter. “Lógica del comportamiento humano”. Gama. Buenos Aires. 1998.
[4] Ver el concepto de “genius” en la Roma Antigua, en BARROW. R. H. “Los romanos”. FCE. México. 1982.
[5] HÖLDERLIN, Friedrich. “Hyperion”. Op.Cit. Página 37.
[6] HÖLDERLIN, Friedrich. “Hyperion”. Op.Cit. Página 35.
[7] NIETZSCHE, Friedrich. “El anticristo”. Siglo Veinte. Buenos Aires. 1988. Página 21.
[8] HEIDEGGER, Martin. “Reportaje póstumo sobre su rectorado en 1933, la política y la técnica.” Rescate. Buenos Aires. 1984. Páginas 37/44.
[9] HÖLDERLIN, Friedrich. “Poesía completa”. Ediciones 29. Barcelona. 1995. Página 319.
[10] HÖLDERLIN, Friedrich. “Hyperion”. Op.Cit. Página 47.
[11] HÖLDERLIN, Friedrich. “Poesía Completa”. Op.Cit. Páginas 357/359/361.

No hay comentarios:

Publicar un comentario